La semana pasada falleció, víctima de un cáncer, el destacado arquitecto y profesor Andrés Elton. Tenía tan sólo 58 años, y su partida ha sido dolorosa para sus amigos y la larga estela de ex alumnos que dejó su extensa actividad docente en la Universidad Central y la U. de Chile, entre otras instituciones.
Titulado en la Universidad de Chile, y posgraduado en la Universidad de Princeton, supo combinar a lo largo de su vida el ejercicio de la arquitectura desde Devés & Elton, la oficina que formó junto a su esposa Isabel, y las actividades académicas.
Suele asociarse su obra al colegio Saint George, pues diseño en distintos periodos mucho de su equipamiento, pero su obra es mucho más extensa.
Iñaki Volante, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Fines Terrae, fue su alumno en la Central, y nos envió este breve texto para compartirlo con la comunidad de Plataforma Arquitectura.
Andrés Elton Necochea por Iñaki Volante Negueruela, Arquitecto
Un gran amigo se ha ido. Con dolor y resignación enfrentamos su temprana partida del mundo material. Sin embargo, para quienes tuvimos el honor de compartir la vida junto a Andrés, como alumnos de arquitectura y luego como colegas, nos queda la felicidad de su inteligencia y de su rectitud como ser humano. Tenemos muchos profesores en la vida, que suelen estar adscritos a una determinada cátedra o simplemente porque el destino los pone delante de uno, pero maestros, aquellos de mérito relevante entre los de su clase, muy pocos. Desde ese punto de vista, él fue un maestro.
Andrés Elton siempre fue muy cercano y paciente con sus alumnos, enseñando siempre desde la libertad de las ideas, creando conciencia de lo que las decisiones significan, sin paternalismo, siempre dando el tiempo necesario y el silencio para que sus alumnos, decidieran que camino tomarían. Esto, especialmente en nuestra generación de arquitectos de la Universidad Central, fue de gran ayuda para los tiempos que vendrían, en donde cada uno de nosotros ha realizado un gran esfuerzo por ser parte de una sociedad mas justa y democrática, siempre desde la arquitectura.
Tal vez lo más importante es que nos enseñó a dibujar la arquitectura, eso es mirar y poner atención en lo que nos rodea hasta entenderlo, en una época en que los computadores parecían estar muy lejos de las escuelas. También nos daba clases de cultura arquitectónica, nos enseño a Boulle, Ledoux o a Louis Khan, nunca desde la erudición, siempre desde la teoría de la arquitectura, que son los proyectos. Insistía en la importancia del habitar y de las personas, la arquitectura al servicio de la humanidad. Nos enseñó también a pintar -él mismo lo hacía con una técnica extraordinaria- porque disfrutaba del arte, admiraba a Klee entre muchos otros, y nos hacía saber que el Arte, con mayúscula, era la cúspide del espíritu humano. Pero siempre sus opiniones se equilibraban con las de sus alumnos, nunca buscando imponer su punto de vista, siempre invitando a reflexionar.
Por eso, ahora que ha partido, sus carcajadas resuenan en nuestras mentes porque sabemos que fuimos honrados con una educación de excelencia al tenerlo a él como maestro. Porque educar desde la libertad es lo mas difícil y lo más riesgoso, pero es finalmente lo que hace la diferencia entre la formación y el adiestramiento. Por eso Andrés nunca se interesó demasiado en las cuestiones técnicas o academicistas para discutir con sus alumnos, porque sabía que la vida es la única que se encarga de enseñarnos eso. En cambio le entregó un papel fundamental a la poética, al pasado, a los grandes maestros de la arquitectura, para que nosotros pudiésemos elegir en libertad.
Nunca he vuelto a conocer a nadie igual. Seguramente sus obras tomarán ahora más altura. El nunca buscó fama ni reconocimiento, pero si puedo asegurar que sus enseñanzas y su buena educación nos acompañarán siempre, a todos aquellos que creemos que la Arquitectura es un arte superior. Hasta siempre querido Maestro.